Fecha de Publicación: 29/06/2015
Esta columna fue publicada en el periódico Milenio Estado de México.
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación FAMECOM
El pasado 27 de junio la capital del país se vistió de gala a través de la XXXVII Marcha del Orgullo Lésbico, Gay, Bisexual, Travesti, Transgénero e Intersexual (LGBTTI). Otras ciudades de este México lindo, querido, católico, guadalupano y closetero, seguirán haciendo eco durante la semanas venideras. El Distrito Federal sigue siendo el referente cultural progresista. Lugar donde existe la más amplia y diversa oferta educativa, cultural y patrimonial. Si queremos ver buen cine; el estreno de obras de teatro, hay que trasladarse al DF.
Sitio dilecto al que muchas parejas homosexuales (masculinas o femeninas) tienen que acudir para lograr su sueño de contraer matrimonio civil, debido a que en la mayoría de la entidades de este país, tal osadía no está permitida. Claro, amparo mediante y luego, resolución dictada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), prácticamente todos los neomatrimonios que acampan en las afueras de la heteronormatividad, han logrado salirse con la suya, en tanto derecho humano legítimo a ser felices. ¡Válgame! Qué necedad la de cobijarse en una institución vetusta y podrida.
Ya que hablamos de prácticas que habitan allende las fronteras del mundo heterosexual y de lo “nefando”, como no tener presente a Don Porfirio Díaz, justo ahora que el pasado 2 de julio se cumplió un siglo respecto a la fecha de su deceso. Un periodo de la historia de nuestro país que no puede ser soslayado, a pesar de que en las escuelas de educación básica se insista en abordar esa fase únicamente como antesala de la presuntamente luminosa Revolución Mexicana. Me temo que la inmensa mayoría de los profesores y profesoras desconocen que con el porfiriato nace el México moderno.
Decía que ya que hablamos de lo nefando, ha de recordarse que con la redada de aquel inicio del siglo XX, Porfirio Díaz –sin quererlo ni buscarlo—daría nacimiento al reconocimiento mediático (grabado de José Posadas) de la homosexualidad masculina en nuestro país. Con el baile de los 41, comenzaría el estereotipo del homosexual afeminado; del travesti bigotón pero bailador. Hemos de recordar que su “nuero” Don Ignacio de la Torre y Mier, esposo de su hija Amandita, estaba en animada y furtiva fiesta nocturna. Eran 42 los implicados, pero el poder absoluto de Don Porfirio y su puritanismo, dictaminó que eran nada más 41.
¡Qué habría hecho el general Porfirio Díaz al ver que anteayer, en el Ángel de la Independencia, se congregaron cientos de miles de seres humanos que iniciaron retador desfile de la diversidad sexual, hasta llegar al Zócalo! ¿Mandarlos a la Crujía J? No cabrían. ¿Enviarlos a las Islas Marías? Lecciones del poder absoluto. ¡Ayeres que se yuxtaponen para decirnos lo que ha sido este país y lo mucho que falta por lograr!
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