Fecha de Publicación: 23/07/2012
Esta columna fue publicada en el periódico Milenio Estado de México.
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación FAMECOM
Hacia finales de este año, se cumplirán 112 años de la muerte de Oscar Wilde. Hay quienes sostienen que su muy citada –aunque poco leída— novela El retrato de Dorian Gray, es una parte de su biografía. Se sabe que algunos profesores de secundaria la asignan a sus estudiantes como tarea de lectura. Me temo que los resultados son poco halagadores, pues a esas alturas de la existencia (entre 13 y 15 años) poco comprendemos de la vida. Quizá si se aportaran algunos datos de la época que le tocó vivir al autor, ayudaría un poco. Pero a menudo se nos olvida que también se puede incursionar por otras puertas a una gran obra. Por ejemplo, a través de “La importancia de llamarse Ernesto” o, quizá mediante un brevísimo artículo como “Fantoches y actores”. Lo que allí plasmó quien fuera el esposo de Constance Lloyd, fue lo siguiente: “La finalidad del actor es, o debería ser, transformar su personalidad accidental en la personalidad real y esencial del papel que está llamado a representar, cualquiera que sea el papel”. Cuando Wilde se ocupa de los segundos, advierte: “Los fantoches presentan numerosas desventajas. No arguyen nunca […] No tienen en absoluto vida privada”.
De esta manera, nuestros estudiantes podrían diferenciar algunos aspectos de la vida que caracteriza a los verdaderos actores y a los fantoches. Es posible que poco a poco, la apreciación de lo artístico fuese mejorando y, quizá los chicos reducirían su gula televisiva y cinematográfica. ¿Qué tal una zambullida para relatar el episodio que vivió Wilde frente a John Douglas, mejor conocido como el marqués de Queensberry? A consecuencia de una demanda por difamación –que le interpuso Wilde al marqués– el dramaturgo berlinés perdió el juicio y fue condenado a dos años de cárcel, pero aderezados con trabajos forzados. Dicha penalización fue aplicada para que no olvidase que “se le torturaba por ser un uranista, un helénico, un homosexual…”. Durante el juicio expresó ideas como la siguiente: “Es absurdo clasificar a la gente en buena o mala. La gente es encantadora o aburrida”. Por lo que a mi respecta, la suscribo. En otro momento advirtió: “No hay nada tan peligroso como ser moderno. Se expone uno a pasar de moda de sopetón”. Y eso lo viven acremente muchos actores, actrices y cantantes en diversos puntos del orbe.
Explicar a los estudiantes, por ejemplo, los entretelones socioculturales de ese juicio; la historia de amor entre Wilde y Alfred Douglas (hijo del marqués) junto con la soberbia del gran novelista, permitiría enseñarles mucho sobre la época, sobre la vida y también sobre nuestra actual sociedad mexicana. ¿Único ejemplo? No. Hay muchos más, siempre que se quiera leer, aprender y comprender que la diversidad amorosa nada tiene que ver con el talento.
Dejanos tus comentarios