Fecha de Publicación: 30/07/2012
Esta columna fue publicada en el periódico Milenio Estado de México.
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación FAMECOM
Durante los últimos 40 años, en nuestro país la tasa bruta de nupcialidad ha bajado. Mientras que en 1970 se registraban 7 matrimonios por cada mil habitantes, en el año 2004, era de 5.7. Últimamente las parejas eligen menos la institución matrimonial, por vía civil y/o religiosa. Quienes optan por protocolizar su historia amorosa, lo hacen cada vez a mayor edad y, usualmente, comparten furtiva o libremente su vida diaria, como una exploración sobre dimensiones comportamentales, actitudinales, de hábitos y axiológicas respecto a formas de entender la vida; la idea es sopesar hasta dónde son compatibles entre si. Para dar una idea de cómo se han postergado las uniones matrimoniales heterosexuales, van las siguientes cifras: En 1950, México reportaba que 51% de las personas se habían casado entre los 15 y 19 años de edad. Medio siglo y un pelín más tarde, dicho porcentaje se redujo a 24%.
La negación a entrar por el templo matrimonial o su frecuente postergación, no es lo único que golpetea a la nupcialidad. Otro vector es la tasa de divorcios. En 1980, nuestro país apenas reportaba 4.4 divorcios por cada 100 matrimonios. Casi tres décadas después, dicha tasa alcanzaba 14 puntos. Pero se trata de un promedio –y ese indicador oculta diferencias notables. Por ejemplo, en Chihuahua y Colima, los divorcios fueron 27 por cada 100 matrimonios, en 2008; Nuevo León, registraba 24 y, Baja California le pisaba los talones con 23 rupturas legales ese mismo año. Para muchas personas, contar con leyes de divorcio y con procesos eficientes, efectivos, así como con jueces o juezas de óptica laica, constituyen una puerta para escapar de una vida de infierno que algunas padecen y que se registran en forma de violencia de pareja, de género o como violencia intrafamiliar.
El matrimonio no siempre ha existido. Hace poco más de mil años, bastaba que las dos personas implicadas se dijesen tres veces, una a la otra, que deseaban casarse; estuviesen en el lugar que fuese, el matrimonio quedaba consumado. La voluntad bastaba. Como diría Schopenhauer: “El amor, junto con el amor a la vida, es el más poderoso y el más activo de todos los resortes”. El anillo, a base de finas ramas, colocado en el anular de la mano izquierda, simbolizaba el deseo de que la unión fuese eterna e indestructible. Luego llegó la Iglesia; reapareció el poder patriarcal y socavó los sentimientos de las personas; después vino el Estado y sus leyes. Y todo comenzó a enredarse. Felizmente muchas personas se pronuncian por el amor, por la armonía, por el compromiso a diario, por el crecimiento mutuo en la pareja, por el cuidado, por el interés y por la entereza para que las personas sean mejores y experimenten plenitud ¿Firman? Sí, con las acciones cotidianas, cuya tinta es el amor.
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