Pragmática de la flojera

Fecha de Publicación: 16/07/2012
Esta columna fue publicada en el periódico Milenio Estado de México.

Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación FAMECOM

Ha notado que muchas personas utilizan expresiones que parecen estar de moda? Como todo uso en fama, desaparecen del escenario expresivo pero viven una gloria sui géneris. Son enunciados que transportan un pretendido significado compartido por todos, pero no es así. Voy a ocuparme del verbo flojear. He tenido la fortuna de estar en conversaciones en las que flamean las expresiones siguientes:

Bueno, cuando me doy cuenta que el (o ella) quiere pelear, a todo le digo que sí para no discutir, porque… Ay, qué flojera. Desde la primaria, la física, matemática, química, biología, historia, literatura, filosofía, la redacción… (puede anotar las de su preferencia) siempre me dio  (o me dieron) flojera. ¿Leer..? Ay no, qué flojera. Las personas que se la pasan haciendo deporte o preocupados por una alimentación saludable, la verdad, me provocan flojera. Los/as que se sienten, o creen  guapos/as, me dan flojera. Los días de mucho calor, siento flojera. Los domingos, para mi, son de flojera. Cuando una persona te quiere explicar todo, ay, qué flojera. Hacer mi tesis … que flojera. Quienes todo lo ven mal, me abastecen de flojera. Los que siempre se la pasan hablando de… la verdad, me generan flojera. Cuando entro a una librería, si decido comprar algo para leer, me gusta que sea divertido; que me atrape desde el principio; es más, si tiene dibujitos, mejor, porque si es un poco complicado, siento flojera. Las personas con ínfulas, me traspasan flojera. ¿Platicar con mis papás? (puede ser el padre o la madre) me da flojera ¿Salir con…? Ay no, me causa flojera. ¿La política? me produce flojera. Contestarle el teléfono a… me ocasiona flojera. Los intelectuales, o los que se siente como tales, me dan flojera. Decir lo que realmente pienso (o hago) me crea flojera ¿Explicar con detalle en qué consiste el proyecto, tema o problema? No. ¡Que flojera!

Así que, en algunas de esas tertulias, el común denominador es la flojedad. Es decir, la debilidad, el cansancio prematuro, gratuito. La predisposición al decaimiento, a la apatía, a la dejadez, a la incuria (al poco e infame cuidado); a no querer ni tener oxigeno en el cerebro para nadar en las aguas profundas de la vida o para endosar los costos que exige la interacción o su pragmática social. Es el predominio de la pereza, del descuido, la desaplicación, la debilidad mental o espiritual; un procrastinando, una postergación ad infinitum pero en gerundio. Porque en el costal de la flojera, frente a los desafíos vertiginosos que exige la vida, dejamos clara una parte de lo que somos, con la aprobación tácita del resto que, desde luego, rubrica nuestra pereza frente al mundo y quizá de cara a  la fugacidad de la vida. Como diría Lipovetsky, “Por detrás de las avanzadas del perfeccionismo vemos el triunfo de la pereza”.

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