Fecha de Publicación: 06/08/2012
Esta columna fue publicada en el periódico Milenio Estado de México.
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación FAMECOM
Desde el pasado 22 de julio hasta el 12 de agosto, la dieta mediática tiene y tendrá como menú: entradas, platos fuertes y postres de las XXX Olimpiadas de Londres, 2012. Por todos los costados, a fuerza de radios, televisores, diarios, sitios en internet, teléfonos inteligentes, conversaciones y preguntas o micro-conversaciones que emergen por todas las esquinas, estas justas constituyen el mono-tema de tirios y troyanos; de enterados y de neófitos; de deportistas practicantes y de homo videns –como diría Giovanni Sartori–; de tele-directivos nacionalistas y de críticos que poco o nunca experimentan el ejercicio cotidiano. Desde luego, también vemos y escuchamos a ex-deportistas de pálidas glorias que ahora posan como analistas mediáticos, para explicarnos por qué tendremos los resultados que se asoman.
Personalmente, aprecio cualquier buen resultado que México lograse reportar en estas competencias londinenses; mal haría, especialmente cuando el desempeño de nuestro país ha sido triste y de escasos deleites deportivos. Lo que me parece doloroso, otra vez, es que cuando se llevan a efecto este tipo de juegos de alcance (casi) global, experimentemos dos situaciones concomitantes:
1). El sentimiento patriotero resurge por obra y gracia del espíritu de las Olimpiadas que nos heredaron aquellos griegos del siglo VIII, antes de la era cristiana. Inexplicablemente, pero es así. Dichos sentimientos (y sus fatuas esperanzas) no corresponden a los históricos y grisáceos resultados que cada cuatro años se cosechan. Ese mismo sentimiento, a los pocos días, se convierte en resentimiento porque se sabe que una gran tajada de nuestros exiguos resultados en el deporte olímpico, guarda estrecha relación con la empobrecida y corrupta manera de simular que se apoya a los deportistas.
2). Al inicio, en el cierre o durante los anhelados Juegos Olímpicos, experimentamos frustración, infelicidad y disminución en nuestra autoestima nacionalista ¿Por qué? Esencialmente, se debe a que en el ranking nos comparamos con los demás y ello permite recolocarnos en nuestro sitio real. Como diría el psicólogo Barry Schwartz, cuando evaluamos nuestras experiencias –en este caso como país—comparamos: a). Lo que habríamos querido lograr (en medallas) pero siempre quedamos a la zaga; b). Nuestras expectativas y los resultados, casi siempre indignos, y, c). Lo que otros lograron, en comparación con lo que reportamos.
Consecuentemente, cada cuatrienio, en los Juegos Olímpicos nos hacen trizas porque como escribió el sociólogo Alex Michalos, nuestras (in)satisfacciones tienen que ver con las distancias entre lo que uno tiene (o logra) y lo que otros –como nosotros– alcanzan.
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