Fecha de Publicación: 20/10/2013
Esta columna fue publicada en el periódico Milenio Estado de México.
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación FAMECOM
Hacia el año 1950 se dieron las primeras aplicaciones del control numérico. Ello permitió programar automáticamente tareas realizadas por una máquina. En 1975, la informática, la microelectrónica y la era satelital, dieron cauce al manejo y transmisión de información a escala global.
Con el advenimiento de un amplio racimo de (nuevas) tecnologías hemos sido testigos de artefactos que tienen un común denominador: lo disruptivo. Un adjetivo procedente de la física que significa “aquello que produce una ruptura brusca”. Guillermo Foladori comentó hace poco que para los economistas, las invenciones son disruptivas cuando “modifican radicalmente todo el proceso de producción industrial…” y cuando éstas son capaces de volver, en muy poco tiempo, obsoletas una o varias que están vigentes. Pensemos en el conjunto de artefactos que, mediante sistemas micro y nano electromecánicos, han sido integrados a los teléfonos celulares.
¿Qué tenemos, aparte de un teléfono? En este dispositivo se han añadido, al menos: cuaderno de bitácora, brújula, reloj convencional, cronómetro y reloj despertador, acceso al telégrafo y al correo postal (instantáneo), así como al servicio meteorológico, lámpara portátil (vela), directorio telefónico personal y de contactos, pues no todos constituyen nuestra sacrosanta y volátil red de amistades. También se incorporaron la cámara fotográfica, videojuegos, álbumes individuales y familiares para conservar instantes que elegimos para nuestra memoria erótico-amorosa y recreativa; videograbadora, reproductor de música (tocadiscos), acceso a internet (con un amplio abanico de opciones, según capacidad económica en la cartera o bolso) e ingreso y participación en redes sociales digitales, sólo por anotar las más socorridas.
Se trata de una tecnología de tipo disruptivo que ha provocado una brusca ruptura en el sistema de producción en el que antaño tomaban parte: magnetistas, relojeros, telefonistas, telegrafistas, carteros; un amplio grupo de técnicos y obreros que manufacturaban lámparas, focos, discos de acetato, tornamesas, casetes; impresores y encuadernadores encargados de producir cuadernillos, voluminosos directorios; técnicos especializados en la fabricación, venta y reparación de cámaras fotográficas y videograbadoras analógicas; personal que laboraba en tiendas y talleres de relevado, etc. ¿Adónde están? ¿Qué fue de esas personas a las que en muy poco tiempo las tecnologías disruptivas las hicieron entrar en la obsolescencia, junto con sus conocimientos, habilidades y experiencia? Dada la velocidad de esta nueva revolución tecnológica, parece que no tenemos tiempo ni ánimo para formularnos preguntas básicas a escala humana.
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