De tinta y muertos

julio 1997

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No cabe duda que algunos tienen la capacidad a flor de piel para levantar, en unos cuantos párrafos, un colosal culto a quienes han muerto. Todo está en que se le ocurra a alguien hacer una apología, que –ni tardas ni perezosas- otras plumas se pondrán a tono para hacer lo propio y despilfarrar tinta a diestra y siniestra para abonarle más ingredientes al sacrosanto culto a los muertos.

¿Qué de qué estoy hablando? ¿A qué rayos me refiero? Pues a esta cascada de recuentos que hemos visto en los medios sobre quiénes han dejado de habitar en el mundo de los vivos. Verán: se muere el tigre Emilio Azcárraga, y resulta que el tipo casi fue un luchador social, preocupado por México, pro fundar y acaso reforzar los valores nacionales, y hasta se dedicó a proteger la axiología de la sacrosanta familia mexicana a través de sendos culebrones, series norteamericanas, caricaturas y noticiarios que decían (y continúan diciendo) la neta del planeta. Es decir, Don Emilio no fundó una empresa; no hizo jugosos negocios; no ganó ni acumuló una friolera de lana para sí y para los suyos, sino que al pobre de Don Emilio –en realidad- sólo le importaba ayudar a que México fuera más bruto… perdón, más culto y más grande.

Se muere Don Fidel Velázquez y n descubre que toda su vida la dedicó a buscar la manera de mejorar la vida de los trabajadores; que fue autor (?) de una serie de iniciativas en favor de los obreros; que consagró todos los días de su maximato… perdón, de su liderazgo en la CTM, a velar por cuestiones sustantivas como la capacidad adquisitiva de los híper-salarios mínimos; créditos para vivienda; servicios de salud; impulso a la educación; programas sostenidos y constantes en favor del tiempo libre y recreación para los y las obreras de México; que firmó varios pactos de alianza para la estabilidad económica, cuyos resultados se palman. ¡Vaya! Es decir, apenas se muere Don Fidel y uno se sorprende al descubrir la extensa lista de bondades y milagros que desgranó su existencia, pero que lamentablemente no se notaron porque somos una bola de ingratos y perversos que lo único que nos interesa es mirarnos el ombligo, y no los sacrificios y encarnizadas luchas que se vio obligado a enfrentar el nonagenario líder sindical, sexenio tras sexenio, Ahhhh… ¡Cuántos presidentes de la República y, perdonando el salto abismal, cuántos miles de jefes de familia despedidos de las fábricas fueron incapaces de aquilatar el valor y la enjundia de don Fidel Velázquez! Por eso hay quienes valientemente toman la pluma o el micrófono y le rinden culto a tan insigne personaje ¡que supo caminar valiente y solidario a lo largo de nuestro siglo!

Sólo espero que Raúl Salinas y Carlos no nos vayan a salir, súbitamente, con alguna payasada de esas de saltar al otro mundo, porque entonces ya veo el correr de la tinta Parker para aventarnos en la cara, la real, auténtica y sacrificada vida de estos mártires que, cumpliendo con sus humildes cargos públicos, supieron sacrificar todo por el país, sin recibir más que insultos, vituperios y cuentas abultadas en países ajenos.

Y ya entrados en gastos, por qué no se aprovechan algunos escribanos en los medios para retomar la expiración de Amado Carrillo Fuentes, mejor conocido como el señor de los cielos, para ensayar otro culto. ¿Qué? ¡No saldrá por ahí…!

Este relato fue publicado en el periódico Redes

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