Delincuencia desde otro ángulo

Febrero 1997

Las cifras que dan cuenta de los índices de violencia en nuestro país y en muchas ciudades, saltan de un lado a otro con una alegría que raya en la sensibilidad. En varios noticiarios radiofónicos y televisivos los comentaristas o conductores de estos programas dan a conocer, día con día, el número de accidentados, heridos, robados, asaltados, violadas y violados con un entusiasmo que francamente da miedo y preocupación. Parece que con este alud de cifras y micro-relatos cotidianos, muy a la manera de programas como En concreto, Ciudad desnuda, Testigo en video y demás series que hoy nos enderezan el desayuno y la cena, los medios favorecen la pérdida de la sensibilidad con respecto a este fenómeno que entreteje la vida cotidiana.

Desde luego, algunos lectores dirán que gracias a los medios de comunicación se incentiva la acción e impartición de justicia, sobre todo cuando se trata de actos tan deplorables como los sonados casos de los tres jóvenes que fueron asesinados y arrojados a un basurero. Y en esto tienen razón. Sin embargo, creo que las preguntas que debemos hacernos como sociedad y como individuos comunes y corrientes son, al menos, el siguiente racimo: ¿Debemos exigir mejores estrategias para combatir la delincuencia y su hija putativa, la violencia? O bien, ¿debemos preocuparnos y exigir mejores estrategias, programas e inversiones que atiendan y atenúen los factores que estimulan la delincuencia? ¿Debemos preocuparnos por articular esfuerzos entre vecinos para pagar un servicio de protección privada que cuide nuestras pertenencias y que proteja nuestra integridad? O, en todo caso, ¿tendremos que exigir que la protección a la sociedad esté garantizada sin distinción de clase ni poder en los medios?

Particularmente creo que es muy loable que, por un lado, las autoridades capitalinas se hayan puesto que las pilas para atender los reclamos de TV Azteca, con relación a las amenazas y ante los secuestros que sufrieron dos de sus reporteros y, por otro, reconozco la importancia que tiene el hecho de que mucha gente haya llamado al programa de Javier Alatorre (Hechos), para expresarle su apoyo y solidaridad a él y a sus compañeros de trabajo.

Sin embargo, lo que me parece que está al descubierto es un asunto muy delicado: ¿La reacción expedita y el despliegue de apoyo por parte de las autoridades capitalinas (o las que estén en cuestión) ante este tipo de amenazas y de agresiones, sólo se da cuando se trata de personas vinculadas a los medios, en particular la televisión? ¿Es indispensable trabajar en TV Azteca para contar con el apoyo ipso facto de las autoridades, las patrullas y la comunidad en general? ¿Se requiere ser reportero o conductor de programas televisivos como Ciudad desnuda para que a uno le hagan caso? ¿Qué pasa con las personas comunes y mortales que caminan rumbo a su trabajo y son asaltadas o robadas impunemente en cualquier esquina?

Esas personas no trabajan para TV Azteca, no aparecen todos los días en nuestra pantalla chica y no están inscritas en el quinto poder de los medios. Esos personajes no son monitoreados por las autoridades para ver qué dicen o qué escriben en sus columnas. Esos individuos viven en un cotidiano más duro, más crudo y con menos alternativas para reaccionar o para hacer que se aplique la justicia o que las autoridades intervengan, cuando menos, para intentar atrapar a quienes delinquieron. Esas personas, después de reponerse (si es que eso es posible) de la agresión y/o del robo o de otro tipo de agresiones, en lo primero que piensan es en lo molesto y aletargado que sería acudir a denunciar el hecho; luego, en el largo, penoso y sinuoso camino que va a significar dicho seguimiento para que, un día, después de un ¿proceso?, ¿juicio?, bueno, como se llame, se declare que “el presunto” delincuente salió bajo fianza o, simplemente, ya pagó su fechoría con tres meses en el “bote”, es decir, que ya entró a recibir intensa capacitación para que, a la próxima, salga más rápido y amplíe sus habilidades en otros giros que también son rentables.

Por si fuera poco, cuando la gente agredida tiene la paciencia, el suficiente coraje y tiempo (no los medios electrónicos) para continuar en el proceso de sus denuncias, hay que decirlo, sólo parecen servir para engrosar las estadísticas, punto. Sólo sirven para “saber” cuáles son las colonias más peligrosas, dónde asaltan más, dónde hay que pugnar por el toque de queda y de dónde hay que huir, cambiar de domicilio, abandonarlo todo, con tal de no ser agredido. Pero no sirven para hacer un examen de los factores que generan la delincuencia. Eso representa mucho trabajo y una división más compleja e integral, tanto de la sociedad como de la propuesta de desarrollo económico que se ha estado aplicando en nuestro país. Y eso, a estas alturas del sexenio, perdón, del partido, resulta un sacrilegio.

Este relato fue publicado en el periódico Redes

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