Luces de Nueva York

Septiembre 1997

Finalmente atraparon al clan de los Pauletti. Sí, esos mala onda que traficaron con un grupo de sordomudos y que mediante engaños y demás coacciones llevaban a los discapacitados a trabajar al vecino país del norte. Desde este espacio quiero decirles a nuestros conciudadanos que fueron a sufrir allá que lamento mucho que las luces de Nueva York los hayan deslumbrado. ¿Para qué se fueron? Eso les pasa por no creer en el lema del Dr. Zedillo: bienestar para la familia. ¡Carajo! Paciencia, muchachos, ya estamos saliendo de la crisis. ¿Qué fueron a hacer a tierras tan lejanas? Aquí tenían todo: oportunidades de empleo, educación especializada, capacitación para sordomudos, seguridad social… Vamos, lo que se dice o-por-tu-ni-da-des. Nomás fueron a dar molestias a los de la mansión de enfrente.

Sí, sí, sí… ya sé, me van a decir que ustedes mandaban algunos dolarucos para sus familiares para que no la pasaran tan mal y para que la economía doméstica se viera mejorada, cuando menos al ahorrarse una boca más. Pero resulta que esos dolarillos no sirvieron para nada. Sus familias, aparte de extrañarlos a moco tendido, acá la estaban pasando muy bien con los despidos de las fábricas, el pujante crecimiento de la economía subterránea, con las múltiples estrategias de sobrevivencia y con los constantes incrementos en los precios de la canasta básica, en particular del jitomate… Vamos, hasta pasaron divertidas vacaciones en pleno Zócalo de la Ciudad de México, mediante el paquete plántese ahora, declare huelga de hambre y muérase despacito… ¡Todo incluido! ¿Verdad que no valió la pena abandonar la tierra que los vio nacer y que ahora los espera con la prensa y la televisión dispuestas a todo morbo… perdón, con los brazos abiertos? No, si de que los hay los hay.

Ochos pasos para hacerse millonario

Parece que uno de los ángulos de nuestra nueva cultura globalizada y mundializada nos avienta de bruces sobre una constante: hay que jugar, participar y echar nuestra imaginación y suerte a todo vuelo. A diestra y siniestra, si uno quiere, puede jugar todos los días: el melate, pégale al gordo, pégale ya, raspadito de la suerte, el tris, la clásica y añeja lotería, con sus ramificaciones del zodiaco, y muchas variedades más. No se siga con la televisión: desde Juan Pirulero hasta los programas importados como El Gran Juego de la Oca han ganado verdaderos adeptos.

Ahora, como se trata de una lucha sin dar ni pedir cuartel entre las dos empresas de televisión que tenemos en el país, la sacrosanta y chismosilla Paty Chapoy ha logrado montar en su programa Ventaneando tremendo programa de concurso para ganar ¡un millón de dólares! Imagínese usted, como para retirarse de esta vida mundana y dedicarse a invertir en la Bolsa, para crear varios cientos de fuentes de empleo o para vivir a la Güicho Domínguez. ¡Santas fantasías, Batman! La verdad es que no tienen máuser esos de Tv Azteca con ese concurso. De plano es para no tener ni una micra de oportunidad. Vea usted. Primero, hay que comprar uno de los productos de los patrocinadores del concurso, por ejemplo un matacucarachas. Nomás este paso ya tiene su chiste, es decir que hay que tener una lana para que, sin dejar de comer, se aviente uno a comprar un producto Bayer.

Segundo, es necesario comprar un sobre y timbres del correo para mandarlo al programa de Doña Perfecta Paty Chapoy. Tercero, en el supuesto caso de que el correo funcione de ma-ra-vi-lla, el sobre arribará a las oficinas de Tv Azteca para que, ipso facto, lo dejen caer en tremenda caja de acrílico para que salude a sus competidores.

Cuarto paso (el más peliagudo), que la persona que se echa el clavado al baúl de cartas seleccione el sobre anhelado, es decir, el del concursante. Quinto, si el sobre es transportado por la palomita mecánica hasta la sacrosanta mano de la madre superiora Chapoy, entonces, acompañada de la mirada aguda de la interventora de Gobernación, leerá quién es él o la afortunada que ha sido seleccionada.

Sexto paso, que el teléfono anotado en el sobre no haya sido suspendido por falta de pago y que tampoco, después de tres sagrados intentos, esté ocupado, porque de lo contrario se acabó el encanto. Séptimo, que al levantar la bocina el concursante esté en casa y, en lugar de contestar, como todo buen cristiano, ¿bueno?, conecte sus neuronas y recuerde la frase que se dijo, por ejemplo, durante el programa Chitón, y que diga algo así como Baygón mata toda cucaracha. Si todos los pasos anteriores se han logrado, pero la nana de los niños contesta ¿bueno?, entonces se acabó el juego y el concursante cancela hasta la oportunidad de ganar miserables 50 mil pesos. Y todo por no estar en el canal. Pero bueno, supongamos que todas las reglas y peripecias se han cumplido. Ya está, a todo gas, el paso número ocho, y por tanto, ahora sí en pleno concurso por el millón de dólares, listo para poder vivir como Güicho Domínguez.

Ahora viene lo delicado: atinarle a la ventana en la que está el sobre que contiene el anhelado montón de billetes verdes. Y pues ahí en donde muchos (as) han estado al borde del colapso, porque hasta ahora no le han pegado. En fin, no cabe la menor duda de que cada día somos más finos para el tormento psicológico y para construir fantasías que nos alejen de nuestras miserias cotidianas, utilizando el sólido puente de la televisión. Me parece que deberíamos exportar esta nueva tecnología lúdica.

Este relato fue publicado en el periódico Redes.

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