Luis Alfonso Guadarrama Rico

He aquí un buen pretexto para incentivar la lectura entre nuestros estudiantes universitarios. Se trata de un libro que navega entre esas mareas que impiden clasificar un relato en alguno de los cajones conocidos: la novela, el ensayo o la biografía. Lo que sí logró hacer Emmanuel Carrère, nacido en París en el año 1957, fue documentar el lamentable caso que detonó en el año 1993 en Francia, luego de que Jean-Claude Romand asesinó a sus padres, esposa e hijos. Condenado a cadena perpetua, el propio Romand se constituye en una de las fuentes primarias de las que echó mano Carrère, para ayudarnos a mirar la compleja vida de un ser humano que –a lo largo de 18 años– simuló frente a su familia y en su entorno social más inmediato, que era médico y que tenía empleo.
Para degustar este relato, les compartimos la referencia: Carrère, Emmanuel (2000). El adversario. España: Anagrama.
También pueden apreciar la película que lleva exactamente el mismo título del libro. Pueden hacer comparaciones en dos planos: 1). Entre el relato y la producción cinematográfica. 2). Entre el filme francés y la producción española, ésta bajo el título de: La vida de nadie.
Enseguida algunos trozos para invitar a la lectura. Unas líneas proceden del propio Romand y otras más, del autor de este interesante relato.
Florance también me habría escuchado, pero no supe hablar y cuando estás cogido en ese engranaje de no querer defraudar, la primera mentira llama a la siguiente y es así toda la vida… (44).
La calidad de una vida amorosa no se mide por el número de compañeros habidos, y deben de existir muy felices relaciones eróticas entre personas que se guardan fidelidad toda su vida: es, sin embargo, difícil de imaginar que Jean-Claude y Florence Romand estuvieran unidos por un lazo erótico muy dichoso; de haber sido así, de haber sido así, su historia no habría sido la que fue (52).
El silencio es el peor enemigo de las parejas (95).
Habría sido dulce y cálida, aquella vida en familia. Ellos creían que lo era. Pero él sabía que estaba podrida por dentro, que ni un solo instante, ni un gesto, ni siquiera el sueño de los cuatro escapaban a su podredumbre (118).
Nada es ya firme ni fiable (145).
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