La triada de etiquetas que se hicieron tendencia en México y en el orbe conectado a redes sociales fueron: #AvionPresidencial, #SiMeGanoElAvion y, #NoEsBroma. Pase lo que pase, la cultura política de este país también pasará a la historia por haber generado semejante fórmula para intentar la venta del Boing 787, único en su tipo.
Si la “ingeniosa” idea de meter en la tómbola a la nave aérea se pone en marcha, muchos tendrán que ir durante años al psicoanalista para escapar de su enajenamiento; del mundo kafkiano del que vendrán; o bien, para salir de los convulsionados sueños que tendrán recurrentemente, si tienen la osadía de comprar uno o más cachitos de lotería con valor de 500 pesos. ¿Qué pasará si me saco el quimérico mega-aparato? ¿Lograré venderlo a precio de avalúo? ¿Pactaré con algún honorable empresario para que me ayude a alquilarlo por hora? ¿A dónde iré durante el primer año (tal vez en 24 meses) ya que todo estará pagado y la Fuerza Aérea pondrá piloto, copiloto y demás personal de tripulación para hacerlo volar? ¿Híjole -dirá el fantasioso comprador de cachitos- pero el destino tiene que quedar por lo menos a cinco horas de vuelo de mi jacal; si no, para qué lo saco?
Como se sabe, el pasado 17 de enero la revista Letras Libres lanzó convocatoria para un concurso de cuento intitulado “De ficción a ficción”. Uno de los chispeantes requisitos del certamen es que debe iniciar con la frase: “Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial.” Una clara intertextualidad con el microcuento El dinosaurio, de Augusto Monterroso. El próximo 10 de febrero se conocerá el resultado. A contracorriente, AMLO ha propuesto, para quienes deseen hacer una novela o bien un cortometraje, “Érase una vez un gobierno faraónico en que sus monarcas se trasladaban en aviones de lujo.”
Broma o no; ocurrencia o digresión; se lleve a cabo o no la rifa del infecto-fantásticopresiavión, es claro que se ha tornado en un taimado señuelo.
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