Otra parte de los habitantes que tienen condiciones para hacer realidad el preventivo llamado a resguardarse en casa para no contagiarse o transmitir a otras personas el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, han empezado a experimentar una serie de tensiones y de conflictos cuyo desenlace son distintos tipos de violencias, desde la psicológica, pasando por la sexual, hasta la física. El saldo que está dejando la pandemia del COVID-19 no solamente son crisis de salud y económica; mismas que seguirán aumentando durante las próximas semanas, sino que la violencia hacia las mujeres y niñas crecerá de manera más alarmante.
El encierro que está imponiendo esta pandemia es una circunstancia que está dejando en mayor riesgo a niñas y mujeres. Durante el primer trimestre de 2019, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana informó que se habían registrado 25,919 víctimas mujeres. Seis de cada diez delitos cometidos contra ellas fueron lesiones dolosas. Para el primer bimestre de este 2020, cuando iniciaba el enclaustramiento en una parte de los hogares, la misma fuente oficial reportó un total de 17 mil 423 víctimas femeninas, con 57% de ellas por lesiones dolosas.
El pasado 20 de marzo, al suspenderse las clases en los niveles básico y medio superior, integrantes de muchas familias vieron cómo su espacio doméstico comenzaba a transformarse; las rutinas y dinámicas entre parientes se reconfiguraron como nunca.
La territorialidad de cada casa, su funcionamiento, requerimientos cotidianos, así como la dinámica relacional entre sus moradores –literalmente—está sufriendo mutaciones que no deben pasarse por alto. Si a ello agregamos factores de orden estructural como la pérdida del empleo; la reducción de la jornada laboral; la disminución o pérdida total del ingreso económico, lo que sigue es el colapso y los ánimos se van a agriar, aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) continúe diciendo que “vamos muy bien” y que “el pueblo está feliz, feliz, feliz”.
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