
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación FAMECOM
Convencionalmente, vamos acumulando anualidades en nuestra existencia. Hasta casi los 20 años, en condiciones más o menos ideales, transpiramos juventud, cargada de hormonas y de galopantes deseos lúbricos, excepto que algunos(as) opten por dedicarse a la oración y al recogimiento espiritual, hasta volverse anacoretas. A partir de entonces, sigilosamente inicia el envejecimiento, aunque se nota más claramente conforme pasamos los 30. De ahí en adelante, preguntar por la edad –especialmente cuando va dirigida a las mujeres—se transmuta en ofensa; una blasfemia que suele generar respuestas ácidas o un silencio envenenado.
Nuestro aspecto corporal invariablemente nos delata en varios sentidos. No se atreva usted a subir de peso porque ha cometido el más horripilante de los pecados y puede hacer que los ojos de sus familiares o conocidos se desorbiten; no faltará quien tenga la sutileza de preguntarle “hace cuántos kilos que no se veían”. Por el contrario, baje usted de peso, hasta quedar en el cotizado aspecto anoréxico y, ganará elogiosa raudales u oscuras envidias.
El aspecto que exhibe nuestra piel en el rostro, cuello, pecho, manos y brazos, emite mensajes que desenmascaran el tiempo apilado en carne viva. De ahí que algunas personas con capacidad económica opten candorosamente por cirugías plásticas, tratando de borrar el tic-tac del reloj; algunas lo han hecho tan frenéticamente que ni su madre ni la fiscalía más aguda les reconocería.
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Cierto vigor esquelético-muscular, el funcionamiento de las articulaciones, nuestra flexibilidad, los ojos, el cabello, las uñas y la salud bucal, son emisarios que sin la menor tortura confiesan el paso de Cronos sobre su dueño(a), así como los achaques, excesos cometidos o nuestros saludables cuidados.
Capas más adentro, en sangre, suero, plasma, saliva, orina y heces fecales, así como en nuestros órganos, sistema inmunológico y metabolismo, circulan biomarcadores que, si lo sabemos oportunamente, hablarán de otra edad; de una más breve o más longeva y de procesos crónico-degenerativos que están o que se avecinan.
La edad, por fortuna, también se articula con el sentido de felicidad, con nuestros recuerdos, con la sensación de plenitud, con la nutricia amistad y con la dicha de amar y de sentirse amado(a) en la eternidad del presente.
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