El sábado pasado, desde el Ángel de la Independencia de la Ciudad de México, salieron en colorida marcha número 41 del Orgullo LGBT+. Se ha ganado terreno en derechos de comunidades y personas cuyo deseo erótico-sexual-amoroso escapa a la heronormatividad. Pero aún es largo el camino en materia de derechos humanos para los(as) homofílicos(as) y trans+.

El movimiento homosexual en México hunde sus raíces en el pasado siglo XX, hacia finales de la década de los 70. Se han logrado valiosas conquistas pero solamente en algunos aspectos. Estigma y discriminación continúa como binomio en diversos órdenes de la vida para quienes viven fuera del mandato heterosexista.

Jeremy Bentham, quien defendió la homosexualidad, escribió que se trata de una conducta que la sociedad juzga “impropia”, en tanto es “un encuentro entre la especie adecuada pero del sexo equivocado”. Dicha concurrencia que consienten personas del mismo sexo tiene larga data, aunque con distintas denominaciones: pecado nefando, abominación, sodomía, antinatura, perversión, vicio, enfermedad, desviación, apetito venéreo, degeneración, entre otras lindesas. Su despatologización ayudó, pero la ciencia pocas veces aniquila los prejuicios, creencias o las vetustas convicciones.

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El movimiento Queer propone que desaparezca todo intento de clasificación basado en la sexualidad o en el género, en tanto que tales etiquetas estigmatizan y discriminan, excepto que se trate del hombre heterosexual, desde luego.

La familia es el primer entorno que dicta sentencia y donde se teme que alguno(a) de sus integrantes manifieste deseo homofílico o que anuncie haber nacido en el cuerpo equivocado ¿Cómo avanzar más en inclusión, respeto a los derechos humanos y desarrollo de la personalidad, si en muchos hogares se horrorizan ante la sola idea de que uno de sus integrantes desee y ame a uno(a) de su mismo sexo?

La escuela, vista como institución, forja y esculpe pensamientos pero también sentimientos; es ahí donde circula vigorosamente el pensamiento heterosexual; ya lo escribió Monique Wittig, “es un régimen político que se basa en la sumisión y apropiación de las mujeres”. Quizá por ello no se perdona a quienes habiendo nacido con sexo masculino, optan por no ejercer ese dominio que la cultura patriarcal y machista les obsequió.