Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red FAMECOM
Lo que observo es una ola creciente cuyo contenido es el recelo hacia cualquier actividad humana. La desconfianza se ha constituido en la premisa por la que todo acto o propuesta debe ser tamizada. Paradójicamente, en la misma medida en que se ha avanzado hacia la denominada “cultura de la transparencia y la rendición de cuentas”, a diestra y siniestra, en una gran cantidad de puntos del orbe, brotan por todos los rincones casos de corrupción e impunidad; una díada que marcha entrelazada vigorosamente.
Luego, poco se sabe a ciencia cierta en qué terminaron los muchos casos en los que afloraron presuntos actos delictivos. Hace varias décadas, si algo se presumía en México era que en el sector privado (dicho por ellos) no existía esa enredosa tramitología; que el tráfico de influencias no habitaba y mucho menos la corrupción. Pero de un tiempo a la fecha, bombas de este tipo han explotado a diestra y siniestra, con Odebrecht colgándose la medalla de oro.
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El amplísimo sector público, tiene larga data en esos trajines y más bien hemos de aceptar que no han soplado los mejores vientos en la era de las redes sociales y de la rendición de cuentas. En ambos mundos –el público y el privado– algunos medios de comunicación, tratando de cumplir con su “función” libérrima y objetiva, al arrojar flamígeros señalamientos a todo aquello que les parece merecedor de sospecha, cuando no de acusación. Está claro que se erigen como jueces sin tener la menor facultad para ello. Hemos visto desfilar a determinados altos mandos del sector público (curiosamente no a los del privado) quienes, cual manojo de nervios, tratan de explicar al “periodistas-juez” en turno que, por dios que no tienen lo que otros señalan; que no han transado a nadie o, que no es verdad que viajan para ver a su familia con la frecuencia que se les acusa.
Todo ello ha inundado a un amplio sector que vive fuera del quehacer político y del verdadero poder económico. Ahora, parece que todas las personas deben ser tratadas como delincuentes de cuello blanco en potencia, en nombre de la transparencia. En los últimos años, se realizan trámites tan farragosos en muchísimas esferas laborales que, si se trata de lograr el reembolso de cien pesos, es preferible ponerlos de nuestro bolsillo que pasar por el calvario de la sospecha o la desconfianza.
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