
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red FAMECOM
Crueles los recientes recordatorios de que, en efecto, nacimos en un país cuyas características geológicas nos sitúan en disímiles zonas sísmicas. Aquello construido, heredado, ganado, atesorado, en cuestión de segundos, se fracturó o fue derrumbado por uno o más latigazos desde las profundidades de nuestro pedazo de tierra.
Cuánta angustia salida de millones de gargantas y de ojos desorbitados por no saber, suspiro a suspiro, qué seguía en la siguiente fracción de un 7, 19 y 23 de este septiembre. Cuántas existencias cegadas, mientras lo cotidiano –como todos los jueves, martes o sábados– discurría; en tanto por uno o más motivos se había acudido al fatídico lugar. Cuánta zozobra por no saber cómo estaban los seres amados; los familiares que habitan en la misma zona o, allende las fronteras; los amigos y amigas; compañeros(as) de trabajo.
Entre los sobrevivientes hay de todo. La especie humana es compleja, diversa; solidaria, generosa, dispuesta a pedir para los demás; también concurren los egoístas; los viles, quienes lucran con la fragilidad y con la desgracia para que les filmen, con tal de paladear carroña de la viral fama. Hemos visto, codo a codo, a quienes llegan a sitios donde sus brazos y sus fuerzas, junto con víveres y herramientas atemperan la descomunal sed de auxilio. Son vidas comprometidas con las más nobles causas.
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También brota la gente ladrona, perversa y taimada; aunque tienen enfrente o desde insospechados puntos de las redes digitales, a poderosos broqueles humanos que denuncian al aprovechado, al quita-pon etiquetas; en tanto ese miserable busca colgarse un mérito ajeno. Florecen, para fortuna, un sinfín de almas honestas, virtuosas, desprendida de sí, incombustibles para tender la mano a los desvalidos.
Casas, escuelas, hospitales, clínicas, edificios, calles, avenidas, puentes, edificaciones que constituyen el patrimonio personal, familiar, gubernamental, institucional, colectivo, comunitario, local, estatal y nacional están: fracturados, averiados, inexorablemente dañados y, todos necesitarán convertirse en aves fénix. ¿Cómo lograrlo? Con un esfuerzo colectivo sostenido, leal, real, virtuoso, generoso, de largo plazo y sin corruptelas. ¿Difícil? Lo sé. Pero tenemos una nueva prioridad: ¡Resurgir entre los escombros!
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