
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red FAMECOM
Quizá es una de las virtudes más desconocidas. El filósofo francés André ComteSponville nos comparte en qué consiste esta forma de experimentarla.
Procede, dice el autor, de una profunda paz interior; carece de odio, no existe la dureza ni la insensibilidad. Por ello, jamás se hará el mal si ésta nutre el alma, a pesar de que la realidad muestre sus imperfecciones en el devenir de nuestras vidas.
Como todo aquello que se vive en la testaruda selva de la existencia diaria, esta cualidad humana nos lleva a ser mejores personas.
Pero la mansedumbre tiene un límite: ha de manifestarse sin regateos, como tal, si las acciones no pasan por encima de la justicia o del amor. Cuando acudimos a ayudar a las víctimas; a quienes están en situación de debilidad o de sufrimiento, ponemos en marcha esta notable capacidad que yace en nuestro espíritu.
Hay una escena que me gusta referir para ejemplificar cómo se manifiesta esta portentosa actitud: Mientras un(a) bebé duerme, la madre o el padre –si le aman– se mantienen atentos; a una distancia tal, que les permite velar el sueño de su hija(o); por si acaso despierta o requiere de su atención.
Pero en tanto descansa y gravita en su mundo onírico, le dejan fluir pacientemente, aunque pendiente la madre, solícito el padre para socorrer a su retoño, en caso de súbita necesidad. Por ello, se trata de una paz deseada o materializada en la persona amada.
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¿Estás bien, no me necesitas?
Entonces me mantengo a prudente distancia, sin invadir tu reposo o buena condición. ¿Me requieres? Aquí estoy, inmediatamente. Es frecuente que, por un esencialismo equivocado, se vincule esta propiedad bienhechora únicamente con las mujeres o, que se crea que esta forma de ser germina debido al presunto «instinto materno».
No es así.
Varios masculinos han evitado la venganza o el daño, precisamente porque labran la paciencia, el amor y porque evitan el poder de la violencia; si se quiere, diríamos que su feminidad les nutre. Esta sabia manera de ser, también emana de la humildad y de la serenidad, pues evita la ira y sus desastrosas consecuencias.
Al observar los dimes, impudicias y rabietas que se escriben a través de las redes sociales, apenas se difiere con respecto a cualquier asunto, queda claro cuán pobremente cultivamos este maravilloso atributo espiritual.
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