Al inicio de lo que sería su longeva historia, eran: Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Martín O’Connor, Horacio Turano, Carlos Núñez y Tomás Meyer-Wolf. Después se sumaron Gerardo Masana y Daniel Rabinovich. Han estado entre nosotros por más de medio siglo. YouTube mediante, permanecerán.
A pesar de la tormenta que nos azota globalmente por la pandemia del Covid-19, quise abrir un espacio en esta columna, para desglosar un adiós que nos ha legado la vida; con su paradoja constituida por el binomio vida-muerte. El pasado 22 de abril, víctima de un cáncer cerebral, falleció el gran Marcos Mundstock; co-fundador del exitoso grupo Les Luthiers. Como ingenioso conjunto, a base de reiteradas iniciativas de Álex Grijelmo, en 2017 recibieron el Premio Princesa de Asturias, en el área de comunicación y humanidades.
En México los disfrutamos cada vez que pisaron tierras aztecas. La filosofía griega, a través de sus grandes pensadores, dice que “una buena vida” se podría considerar como tal hasta que ese ser humano llega al final de su existencia. En el caso de Marcos Mundstock, aplica magistralmente. Vivió 77 años y gozó la mayor parte de su estancia en este mundo. Después no hay nada; la vida post mortem es una entelequia con la que se le asusta a la gente y se le cobra un diezmo.
Marcos Mundstock persiguió varias ocupaciones, desde las más rigurosas hasta las más flexibles; soñó ejercer diversos oficios. Pronto encontró cómo dar cauce a su talento. Él soñó con ser Tarzán. Su destino fue cultivarla comicidad, el canto, la actuación; fue el anfitrión y la voz del grupo argentino.
A través de su alter ego, Johan Sabastian Mastropiero, Marcos evidenció su genialidad en el uso lúdico del idioma español. Era dueño de una exquisita voz, coronada con esa crema chantillí que era su delicioso tono grave, en clave humorística. Sus amigos, en medio de la tristeza, agradecieron el haberle tenido cerca. ¡La vida ponga en la memoria social a los dioses del humor!
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