Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red FAMECOM
El prestigio que logra edificar un ser humano tiene como cimientos: sólida formación, disciplina, esfuerzo, cuidado, diligencia, así como una actualización constante en su campo; sabedora –la persona—de que sobre tales bases descansa su profesionalismo, capacidad resolutiva, confianza y credibilidad. Esa autoridad moral es otorgada paulatinamente por individuos o grupos con los que cada uno entra en contacto a lo largo de su vida.
Ese renombre constituye un bien cultural y moral que, en este caso, al tratarse de un atributo individual, se encarna o no, en cada uno, aunque también en empresas o instituciones. Este tipo de reputación positiva, generosa en sí misma, irradia efectos benéficos; sentido de plenitud; de gozo y de felicidad entre aquellas personas que estiman, quieren o aman a quien disfruta de tal condición. También genera sentido de satisfacción cuando amplios o reducidos grupos forman parte de una institución u organización que se ha ganado a pulso esa virtuosa distinción.
Directamente vinculado al Honor, el prestigio se alimenta de la opinión que circula y que otros le otorgan. También se nutre de la autoevaluación o juicio que cada uno hace respecto de sí mismo.
Con el propósito de no coartar la libertad de expresión, en la mayoría de los códigos penales de las entidades, hace años se eliminó el delito por difamación y calumnia. Ello permitió mejorar la labor periodística.
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Derivado de distintos movimientos y causas –por supuesto legítimas—actualmente asistimos a un fenómeno que cada día cobra más relieve y que despóticamente se multiplica. Desde el anonimato, desde el quehacer de las redes sociales, hay quienes injurian, calumnian y difaman a cualquier persona que no comulgue con su proceder o que se atreva a expresar libremente sus propias ideas.
Actualmente, basta con una breve, fugaz e iracunda expresión oral, escrita o digital, para que independientemente de que su contenido sea falso, alterado, carente de pruebas o infundado, la calidad moral y el honor de una o más personas sean lesionados impunemente. Después de ese tipo de ataques umbríos, quedarán nuestros cimientos; estarán a salvo la confianza y el genuino cariño de cientos o miles de mujeres y hombres. Cuando existen, el prestigio y la calidad humana son inquebrantables e imborrables.
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