
Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red FAMECOM
Es difícil tener una cifra exacta porque sería preciso contar con un sistema de información nacional, capaz de integrar, validar y consolidar las bases de datos o registros disponibles en el ámbito laboral. Me refiero a la cantidad de personas que en todo el país cumplen con las condiciones legales para optar por la jubilación; ese gran invento romano, materializado por el Emperador César Augusto.
¿Por qué, si se han acumulado 25 o más de 30 años de empleo constante, aportando las respectivas cuotas, muchas personas no desean jubilarse? La respuesta no solamente guarda relación con el vacío que se abre al intentar definir qué se hará para llenar el día a día, por el resto de la envejecida existencia. Tiene que ver, por otro costado, con el nivel de vida, es decir, con la brutal reducción del ingreso contante y sonante, una vez que se opta por el merecido retiro.
Desde el amanecer de los 80, cuando afloraba el modelo neoliberal –afortunadamente ha sido sepultado para siempre a partir del 1º de Diciembre de 2018—comenzó la depauperación del salario. Para que no se viera cómo el pago semanal o quincenal se iba adelgazando hasta quedar un lastimoso estado famélico, tramposamente fueron adosándole “prestaciones” como: prima de antigüedad; apoyo a despensa; compensaciones por el cargo o la responsabilidad; apoyo a útiles escolares (se tuviesen hijos o no en el colegio); un piadoso complemento a gastos de transporte público; estímulos a la productividad o al desempeño, así como otras etiquetas o conceptos con tal de que los trabajadores no viésemos fácilmente que nuestro llamado “salario base”, se iba quedando a la zaga e incluso fuera de nuestra vista. La vida cotidiana también suele provocar ceguera mental.
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Quienes por distintos motivos deciden jubilarse, lo que les espera es un ingreso insuficiente para sostener el mismo nivel de vida que tenían mientras acudían a trabajar. Ante dicha condición, hay que rogar que la ayuda amorosa de hijas o hijos u otros familiares llegue con piadosa regularidad. Hay que desear que las discapacidades y enfermedades propias de la vejez no lleguen pronto porque entonces estaremos suplicando atención médica en alguna institución de salud pública, es decir, habremos llegado al infierno, sin haber muerto. Dicho averno, con la 4T, se acabó.
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