Vejez en México – Parte I

Vejez en México - Parte I

Fecha de Publicación: 11/12/2017

Esta columna fue publicada en el periódico Milenio Estado de México.

Luis Alfonso Guadarrama Rico
Coordinador Ejecutivo de la Red FAMECOM

Hay una expresión de uso común que lanzamos al aire sin reparo, cuando de buenos deseos se trata. Esa calderilla reza: ¡Que vivas muchos años! Ese enunciado pasa por alto los entresijos que a menudo enclaustra la vejez. A partir de 1991 la ONU consideró que una persona se convierte en adulto mayor a partir de los 60 años. Para el caso de los países desarrollados, dicha línea etaria inicia hasta las 65 fiestas natales.

En 1982 se llevó a cabo por vez primera la Asamblea Mundial sobre Envejecimiento. Se redactó un documento conocido como Plan de Viena. Desde entonces se advertía sobre la urgencia de que los Estados-Nación pusieran en marcha políticas públicas integrales para atender a esta población que, durante los siguientes años crecería proporcionalmente más que otros grupos etarios. En México nos demoramos un poquitín en la respuesta pues nada más nos rezagamos 20 años; es decir, respondimos en franca curva de declive, si de buenos vinos se tratara. Vicente Fox en 2002, entonces presidente de México, quizá reparó que ese año él cumplía 60 veranos; tal vez por estar frente al espejo con sus inefables botas vaqueras, decidió rebautizar al Instituto Nacional de la Senectud (1979) y “crear” el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM).

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Dicho organismo sigue funcionando. Curiosamente, la sala de prensa del portal oficial del INAPAM opera más o menos unas dos veces al mes: durante junio brilló por su ausencia, lo mismo que durante agosto, septiembre y octubre. A finales de noviembre atinó a publicar una nota en la que lamentaba el deceso de la ex-Canciller Rosario Green Macías. Quizá se trata de una ritmicidad fatigada; congruente con el grupo al que atiende.

Fuera de romanticismos o de anhelos edulcorantes, la mayoría de las personas que llegan a la vejez pueden deambular cotidianamente en los nueve círculos del infierno dantesco, como si hubiesen cometido todos los pecados, desde los no bautizados hasta la traición. Otro asunto es el hecho de que quienes tenemos a nuestros familiares (abuelos, abuelas, madres, padres, tíos y un largo etcétera) en esa etapa de su vida–egoístamente—no deseamos ni queremos que lleguen al deceso. Pero ello no quita que muchas personas que arriban a esa fase de su existencia la pasen bastante mal. Seguiré…

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